La realidad detrás de la política es un juego complejo y muchas veces despiadado, donde los merecimientos no siempre son determinantes para alcanzar una posición pública al ganar tu partido.
En teoría, el tiempo, la coherencia, la lealtad y el mérito deberían ser los factores determinantes para ocupar cargos políticos y hasta para liderar un país. Se espera que aquellos que aspiran a posiciones públicas sean personas capacitadas, éticas y comprometidas con el bienestar de la sociedad. Sin embargo, la realidad nos demuestra que esto no siempre es así.
En muchas ocasiones, vemos cómo individuos sin méritos logran ascender a cargos públicos en el mundo político. Familias influyentes, amiguismos y contactos poderosos, suelen ser más determinantes que la militancia, las habilidades y la experiencia. Esta situación genera descontento y desconfianza en los líderes partidarios y hasta en la ciudadanía, que ve cómo muchos de los cargos públicos no son ocupados por los mejores, sino por aquellos con más influencia.
La meritocracia es la contracara del nepotismo y es una de las herramientas más poderosa para impulsar la igualdad de oportunidades.
El nepotismo es una práctica común en la política, donde los familiares de los líderes políticos acceden a cargos sin tener los méritos necesarios. Se valora más tu lista de contactos que el esfuerzo, la capacidad y el mérito. Esto no solo es injusto, sino que también limita la diversidad de ideas y perspectivas en el gobierno. La meritocracia se ve socavada, y el talento y la experiencia quedan relegados a un segundo plano.
La falta de transparencia en los procesos de selección y elección de candidatos también contribuye a que los merecimientos no sean determinantes. Muchas veces, los ciudadanos no tienen acceso a la información necesaria para evaluar a los candidatos y tomar decisiones informadas. Esto favorece a aquellos que tienen más recursos económicos y mediáticos, dejando de lado a aquellos que podrían tener mejores propuestas y soluciones para los problemas del país.
Es importante destacar que este fenómeno no es exclusivo de la Republica Dominicana o una región en particular. Se trata de una realidad global que afecta a muchas democracias en el mundo. La lucha por el poder y los intereses particulares suelen prevalecer sobre el bienestar común. La política debe poner los principios por encima de los intereses. Cuando se ponen los intereses por encima de los principios ya no es política.
Sin embargo, no todo está perdido. La ciudadanía tiene el poder de cambiar esta situación a través de su participación activa en la política. Es fundamental exigir transparencia, rendición de cuentas y procesos de selección basados en el mérito. Además, es necesario promover una cultura política más ética, donde los valores y la integridad sean fundamentales.
La verdad es que, en el juego del poder no siempre se premian los merecimientos. La política se ve influenciada por intereses particulares, nepotismo y corrupción, dejando de lado a aquellos que realmente podrían hacer una diferencia positiva en la sociedad. Sin embargo, la ciudadanía tiene un papel fundamental en cambiar esta realidad y promover una política más justa y meritocrática. Es momento de exigir un cambio y trabajar juntos por un sistema político más transparente y ético.
Por: Leonardo Gil