Cuando inicié la carrera de Comunicación Social a mediados de los 90, tuve una motivadora y edificante experiencia con el compañero Ovispo Encarnación D’Óleo (así es, Ovispo con v), no vidente por causa de retinosis pigmentaria, una patología hereditaria que se caracteriza por la degeneración precoz y progresiva de las células de la retina.
La hoja de selección con las mismas asignaturas y horarios del primer semestre unía a los inocentes «pinos», calificativo a los estudiantes de nuevo ingreso en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), con el común denominador: desconocimiento del significado de las abreviaturas (FH, NU, CU, etc.) de las facultades y otras áreas para recibir la enseñanza.
Ese grupo de jóvenes, con los bríos de prepararnos y cumplir el sueño de hacer la pasantía y trabajar en los periódicos y noticiarios de radio y televisión tradicionales de la época, tenía que enfrentar el primer inconveniente de saber dónde se ubicaban las aulas.
En medio de la colectiva desorientación de los noveles alumnos aglutinados en nuestro «centro de operaciones» del lateral izquierdo de la Facultad de Humanidades (FH), ya vamos entendiendo las abreviaturas, nos preguntamos si alguien había decodificado esas dos letras acompañadas de números, y ante la confusa petición y un silencio absoluto, se escuchó al momento la voz pausada del humilde Ovispo: «tranquilos, yo sé todas las aulas donde nos tocan las clases».
Las miradas se cruzaron para luego ponernos en fila detrás de Ovispo, tal comandante que dirigía una tropa de hombres y mujeres con sus cinco sentidos, guiada por el compañero que había perdido la vista, pero no el coraje de salir adelante y dispuesto a brindarnos la seguridad de llegar a tiempo antes que los profesores pasaran las listas.
Estas sociedades insensibles, apáticas e inconscientes provocan indignación donde una minoría, aunque debe ser ninguna, no asimila que todos somos iguales ante Dios, y que alguna condición física o mental de otros no es motivo para sentirnos aventajados ni superiores hasta alcanzar, en marcada acción de pobreza espiritual. niveles inaceptables de discriminación y desprecio por los semejantes.
He compartido esta inolvidable anécdota muchas veces de manera personal; sin embargo, decidí hacerla pública por esta vía motivado por el reciente ejemplo, como hay muchísimos, de Juan Felipe Pichardo, un joven con parálisis cerebral quien se graduó con los máximos honores de Licenciatura en Comunicación Audiovisual y Cinematográfica en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucmm ).
Destacar también el apoyo de sus familiares, compañeros y de la Dirección de Servicios para la Inclusión de esa academia que facilitó ajustes de acceso para el hoy licenciado Pichardo, asegurando la ubicación de sus aulas en el primer nivel y la realización de exámenes de forma oral, demostrando un compromiso con la inclusión, algo impensable actualmente en otros centros de estudios superiores dominicanos.
Mientras tanto, volviendo a los gratos recuerdos con el amigo Ovispo, y aprovechando para felicitar al colega Juan Felipe, los discapacitados éramos nosotros.
Por: Ramón Féliz Lebrón